Las calles de la ciudad rosa estaban decoradas con el rocío mañanero y mi cuerpo intuía la llegada de un lluvioso día. Las frescas brisas despeinaban al caminar, pero eso no impediría conocer el gran destino, la encantadora ciudad: Tolouse, al sur de Francia.
Las calles de la ciudad rosa estaban decoradas con el rocío mañanero y mi cuerpo intuía la llegada de un lluvioso día. Las frescas brisas despeinaban al caminar, pero eso no impediría conocer el gran destino, la encantadora ciudad: Tolouse, al sur de Francia.
Yo no lo sabía más sin embargo lo intuía. Había leído de antemano un poco y hasta había hecho escala en el Slow Tourism, como parte de las asignaciones del Máster en Periodismo de Viajes de la UAB. La gastronomía y las nuevas tendencias vienen marcando el paso y prueba de ello es esta ciudad convertida en más que lindos edificios a base de ladrillos cuya proyección a la luz del sol, regala rosáceas vistas urbanas. Este es un lugar donde se esconden mercados musicales acompañados de buena degustación de productos locales. Este francés rincón te integra homogéneamente al grado de mezclar la cotidiana vida de los vecinos del lugar. Y fue así como pude estrechar lazos locales en un mundo global. Un delgado y rubio joven se convirtió en el portavoz oficial. Su intención era practicar el idioma ingles y el mío, descubrir su francesa visión.
Al andar del día, uno aprende que la forma de viajar hace la diferencia. No importan los segundos marcados cronológicamente en el reloj, importan más los recuerdos que se quedan impregnados en la mente. Y en este viaje, la cocina tolosana ha dejado sellado su sabor. Degusté una joya francesa que solo recordarla incita volver a probarla.
Así, nos encaminamos a un pequeño local. Sin chiste alguno por fuera pero, con un delicioso olor a cocina casera solo al atravesar el portal. El interior estaba a reventar. Gente hablando por doquier con ese exquisito acento francés. Era hora de comer y por supuesto, pediría el plato del día. Un viernes lluvioso con un poco de frio. ¿Qué sería lo apropiado a servir? ¡Cassoulet! Me dijo el chico francés.
Al andar del día, uno aprende que la forma de viajar hace la diferencia. No importan los segundos marcados cronológicamente en el reloj, importan más los recuerdos que se quedan impregnados en la mente. Y en este viaje, la cocina tolosana ha dejado sellado su sabor. Degusté una joya francesa que solo recordarla incita volver a probarla.
Así, nos encaminamos a un pequeño local. Sin chiste alguno por fuera pero, con un delicioso olor a cocina casera solo al atravesar el portal. El interior estaba a reventar. Gente hablando por doquier con ese exquisito acento francés. Era hora de comer y por supuesto, pediría el plato del día. Un viernes lluvioso con un poco de frio. ¿Qué sería lo apropiado a servir? ¡Cassoulet! Me dijo el chico francés.
Sin tener idea alguna de lo ordenado esperamos pacientemente. Los platillos circulaban con coqueto andar, hasta que un original recipiente de barro se acercó sin evidenciar. ¡Bon appetit! Escuché entre tanto murmullo. Tenía frente a mí una pequeña cazuela, de vista no tan agraciada. Sumergí la cuchara con lentitud y me percaté del fondo a base de frijoles blancos. -¡Vaya! Después de extrañar tanto comer un delicioso platillo de frijoles en México, esto ya empezaba a tener buen augurio-. Es un guiso típico de la cocina sureña francesa y su base son las alubias que le dan un aspecto conciso y terrenal. Para agregarle una buena dosis de sabor se acompaña de carnes como pierna de pato y salchicha de Tolouse, lo que le proporciona una dosis de grasa vegetal que al ser sometido a grandes temperaturas se convierte en un tipo de gratinado.
Para poder degustarlo es necesario esperar un par de minutos. El platillo se sirve casi hirviendo y con muy poco caldo, por esa razón, se sugiere ir catando mientras una copa de vino tinto que prepara las papilas gustativas para un emocionante encuentro de sazón.
El sabor del cassoulet es tan hogareño que al contacto con el paladar viene a la mente la imagen de una abuela cocinando. Mi conocedor y francés anfitrión me explicó que es un platillo campirano, el mismo que era suministrado a los hombres que trabajaban el campo por proporcionarles grandes dosis de energía y una muestra de casero alimento. ¡Qué atinado! Aún a la actualidad se conserva ese sabor de antaño.
Sin más alarde he de finalizar, con que Tolouse tiene una variada oferta gastronómica que exige a los viajeros optar por dejar las prisas de lado. Invita al Turismo Slow, sin guías ni paquetes más sí con referentes locales, los que se piden al momento y que te llevan al rincón mejor guardado de la ciudad. Yo lo intenté y ha sido de las mejores experiencias gastronómicas que he tenido en mi viajero andar.
Para poder degustarlo es necesario esperar un par de minutos. El platillo se sirve casi hirviendo y con muy poco caldo, por esa razón, se sugiere ir catando mientras una copa de vino tinto que prepara las papilas gustativas para un emocionante encuentro de sazón.
El sabor del cassoulet es tan hogareño que al contacto con el paladar viene a la mente la imagen de una abuela cocinando. Mi conocedor y francés anfitrión me explicó que es un platillo campirano, el mismo que era suministrado a los hombres que trabajaban el campo por proporcionarles grandes dosis de energía y una muestra de casero alimento. ¡Qué atinado! Aún a la actualidad se conserva ese sabor de antaño.
Sin más alarde he de finalizar, con que Tolouse tiene una variada oferta gastronómica que exige a los viajeros optar por dejar las prisas de lado. Invita al Turismo Slow, sin guías ni paquetes más sí con referentes locales, los que se piden al momento y que te llevan al rincón mejor guardado de la ciudad. Yo lo intenté y ha sido de las mejores experiencias gastronómicas que he tenido en mi viajero andar.