Era una clase más, nada fuera de lo normal: sentada en las frías bancas, prestando atención y hasta anotando algunos datos importantes sobre el vasto mundo de los viajeros, expedicionarios y exploradores de los últimos siglos, y vaya que fueron muchos, tantos protagonistas, tenaces anhelos y variadas intenciones pero todos un denominador común: viajar para explorar, explorar para conocer, conocer para mejorar. De pronto, escuché una tremenda frase que se sellaría en mi mente como estampilla de correo, “si no tienes la capacidad de observar, no podrás transformar”.
¡Qué gran verdad! La clave radica en ser un gran observador, no importa el tiempo, el lugar o la circunstancia, y prueba de ello era precisamente las osadas muestras de expediciones que realiza la humanidad desde su propio principio, pero entre tantos ejemplos hubo uno que me atrajo como imán: la misionaria expedición de Charles Darwin a bordo del Beagle, alrededor del mundo y por cinco largos años. Una de las marítimas empresas que mayor impacto a la humanidad ha traído, porque conocer su historia pero sobre todo su trayectoria cautiva a cualquiera y precisamente fue aquí, cuando en mi acotado mapamundi empiezan a relucir inesperados lugares como las islas Galápagos, cuyos atributos naturales fascinaron al naturalista inglés al permitirle avistar distintos y extraordinarios animales con tanta proximidad.
La sencilla más sin embargo eficaz herramienta de observar y anotar, le permitió a Darwin apuntar algunos datos de diversos especímenes, aunque concretamente de los diferentes tipos de pinzones y establecer así el primer árbol evolutivo de la historia, llegando a la mundialmente conocida conclusión de que “no sobrevive el más fuerte, sino el más apto” y permitiéndole surgir la idea de la selección natural, la misma que se concretó el 1859 cuando publicó la obra “El origen de las especies”, revolucionando la historia de la humanidad pero sobre todo de la ciencia.
Darwin despertó mi curiosidad aunque fue el tiempo y las circunstancias quienes permitieron que justo después de tan singular clase formativa, visitase el Museo de Historia Natural en Londres, Inglaterra. Y como todo desplazamiento es un viaje, al ingresar al propio museo, te conviertes en un afanado e impulsivo explorador tratando de recorrer todas y cada una de las salas, leyendo cada placa informativa y hasta regresando en más de una ocasión. Pero lo que sin duda complementa el absoluto e íntegro recinto, es que alberga el Centro Darwin, uno de los mayores sitios de investigaciones a nivel mundial, cuya especialización es la clasificación, identificación y conservación de interesantes y completas colecciones de especímenes, es la constancia absoluta de los inicios de Charles Darwin, el observable cotejo científico e histórico a los ojos de cualquier visitante, la experiencia educacional a mis propios ojos.
Así este espacio además de salvaguardar las más importantes plantas del mundo y más de trescientos especímenes de insectos preservados en formol, permite ingresar a modernas y dinámicas instalaciones que junto con interactivos videos, sugestivos letreros e iluminados pasillos, inspiran la imaginación y avivan el interés de los visitantes. Conjuntamente se ha convertido en el punto de convivencia con investigadores, al ofrecer conferencias y charlas con algunos renombrados colaboradores.
Es en sí, la esencia y disposición misma de la interactividad con un público que quizás desconoce del tema, pero que como yo, le han despertado la curiosidad.
La sencilla más sin embargo eficaz herramienta de observar y anotar, le permitió a Darwin apuntar algunos datos de diversos especímenes, aunque concretamente de los diferentes tipos de pinzones y establecer así el primer árbol evolutivo de la historia, llegando a la mundialmente conocida conclusión de que “no sobrevive el más fuerte, sino el más apto” y permitiéndole surgir la idea de la selección natural, la misma que se concretó el 1859 cuando publicó la obra “El origen de las especies”, revolucionando la historia de la humanidad pero sobre todo de la ciencia.
Darwin despertó mi curiosidad aunque fue el tiempo y las circunstancias quienes permitieron que justo después de tan singular clase formativa, visitase el Museo de Historia Natural en Londres, Inglaterra. Y como todo desplazamiento es un viaje, al ingresar al propio museo, te conviertes en un afanado e impulsivo explorador tratando de recorrer todas y cada una de las salas, leyendo cada placa informativa y hasta regresando en más de una ocasión. Pero lo que sin duda complementa el absoluto e íntegro recinto, es que alberga el Centro Darwin, uno de los mayores sitios de investigaciones a nivel mundial, cuya especialización es la clasificación, identificación y conservación de interesantes y completas colecciones de especímenes, es la constancia absoluta de los inicios de Charles Darwin, el observable cotejo científico e histórico a los ojos de cualquier visitante, la experiencia educacional a mis propios ojos.
Así este espacio además de salvaguardar las más importantes plantas del mundo y más de trescientos especímenes de insectos preservados en formol, permite ingresar a modernas y dinámicas instalaciones que junto con interactivos videos, sugestivos letreros e iluminados pasillos, inspiran la imaginación y avivan el interés de los visitantes. Conjuntamente se ha convertido en el punto de convivencia con investigadores, al ofrecer conferencias y charlas con algunos renombrados colaboradores.
Es en sí, la esencia y disposición misma de la interactividad con un público que quizás desconoce del tema, pero que como yo, le han despertado la curiosidad.