El Antropólogo Inocente
Nigel Barley
Editorial Anagrama S.A., 2009. Barcelona
Nigel Barley, nació en Inglaterra en 1947, estudió en Cambridge y Oxford y se doctoró en antropología social por la Universidad de Oxford. Como él mismo afirma en el primer párrafo del libro: “Me había formado en instituciones educativas de prestigio y, empujado más por el azar que por elección propia, había acabado dedicándome a la docencia”. Se puede considerar que Barley era el clásico ejemplo del caballero inglés, que al sentir la llamada de la naturaleza se plantea la opción de cambiar de etapa alentado por un compañero de profesión: decide cambiar la bata por la bota iniciando un trabajo de campo que le permite experimentar el lado más empírico de la antropología. Esta experiencia repleta de anécdotas le servirán, a posteriori, como recurso docente durante sus clases.
El antropólogo inocente, publicada en 1983 está narrada en 13 capítulos que cuenta la primera y casi única experiencia de Barley en el trabajo de campo. Lo hace siguiendo el orden tradicional del proceso etnográfico, desde el momento de la elección de la sociedad a estudiar, los preparativos para comenzar el trabajo de campo, la observación participante, partir de la comunidad estudiada y por último, el retorno al ámbito académico. Su relato es una alternativa a la escritura académica clásica y se presenta como una novela autobiográfica centrada constantemente en la reflexión del autor . En el texto relata en primera persona su convivencia con la tribu de los Dowayo en Camerún.
En un monólogo interno, un vaivén de sentimientos, a veces contradictorios, que se mezcla con reflexiones acerca de su trabajo de campo e incluso del mundo académico, sirviéndose de un destacado sentido de la ironía. Su estancia hace que Barley tenga la necesidad de analizar y reflexionar sobre su propia cultura y sexualidad. También le sirve para descubrir las consecuencias de la colonización Europea en África y la necesidad que sienten los europeos de “culturizar” a los africanos. Por su parte, Barley concibe su papel como antropólogo como una ratificación de que “estuvo allí, pero pasó de puntillas”.
El estudio antropológico de Nigel Barley sobre los Dowayo se basa en el parentesco, la relación de estos con la naturaleza y sus ritos y rituales, corroborando a lo largo de todo el relato la aparición de la tan común subjetividad etnográfica. Los propios habitantes de la aldea realizan, a su vez, un estudio etnográfico sobre él, convirtiéndose en un claro ejemplo de alteridad.
La distancia cultural entre unos y otros se suma a la dificultad para comunicarse con los nativos, ya que no solo se topa con un lenguaje distinto, sino que el discurso y los conceptos también difieren de los que el antropólogo acostumbra. A lo largo del texto, podemos sentir como Barley nos trasmite su sufrimiento casi en cada momento. Acostumbrado a las comodidades occidentales debe enfrentarse en soledad a un medio cultural que le es completamente extraño. No solo no disfruta, pese a la hospitalidad de sus anfitriones dowayos, sino que su inocencia se esfuma a la vez que los africanos se burlan de él mediante diversas artimañas ya que desconfían de su manifiesto desconocimiento de su cultura. A pesar de sus propios intentos y de ser adoptado por la tribu, el autor nunca se llega a sentir parte de la comunidad ya que se espera de él una compensación, en la mayoría de los casos económica, por ser admitido entre ellos.
Pese a ese choque cultural repleto de desventuras, Barley intenta desligarse de su mirada etnocentrista y afirma que la comunidad Dowayo es como otra cualquiera. Tras el abandono de la comunidad y la vuelta al la realidad europea, Barley se reencuentra con la sociedad europea y ahora es a ésta a la que mira con otros ojos: “Una extraña sensación de distanciamiento se apodera de uno, no porque las cosas hayan cambiado sino porque uno ya no las ve 'naturales' o 'normales'. 'Ser inglés' le parece a uno igual de ficticio que 'ser dowayo'”.
De la experiencia de Barley podemos extraer algunas guías para el narrador de viajes. En primer lugar, que no existe la posibilidad de realizar un trabajo de campo o un viaje y el relato posterior de estos de manera totalmente neutral. No podemos desprendernos de nuestro imaginario y nuestra relación con el mundo como parte de una sociedad concreta. Tratar, conscientemente al menos, de lograr una cierta distancia con nuestra cosmovisión es una de las principales herramientas con las que la lectura de este libro nos provee: relatar evitando comparaciones, estereotipos y la supuesta supremacía cultural de uno mismo.
Además, a pesar de plantear un viaje de corte académico y profesional, existirá en su transcurso una transformación personal, moral y sentimental. En consecuencia, l viajero ha de convertirse en un receptáculo de reflexividad. Por último, una vez posados en el recuerdo del viaje, surge un halo de magia que hay que saber aprovechar sin complacencia ni mitificaciones del lugar. De lo contrario podemos dar lugar a equívocos y frustrar a un lector al ver que para el autor el ritual era más impresionante, el calor más abrasante o el contraste más intenso.
“Me reí débilmente… Seis meses más tarde regresaba al país Dowayo”.
En un monólogo interno, un vaivén de sentimientos, a veces contradictorios, que se mezcla con reflexiones acerca de su trabajo de campo e incluso del mundo académico, sirviéndose de un destacado sentido de la ironía. Su estancia hace que Barley tenga la necesidad de analizar y reflexionar sobre su propia cultura y sexualidad. También le sirve para descubrir las consecuencias de la colonización Europea en África y la necesidad que sienten los europeos de “culturizar” a los africanos. Por su parte, Barley concibe su papel como antropólogo como una ratificación de que “estuvo allí, pero pasó de puntillas”.
El estudio antropológico de Nigel Barley sobre los Dowayo se basa en el parentesco, la relación de estos con la naturaleza y sus ritos y rituales, corroborando a lo largo de todo el relato la aparición de la tan común subjetividad etnográfica. Los propios habitantes de la aldea realizan, a su vez, un estudio etnográfico sobre él, convirtiéndose en un claro ejemplo de alteridad.
La distancia cultural entre unos y otros se suma a la dificultad para comunicarse con los nativos, ya que no solo se topa con un lenguaje distinto, sino que el discurso y los conceptos también difieren de los que el antropólogo acostumbra. A lo largo del texto, podemos sentir como Barley nos trasmite su sufrimiento casi en cada momento. Acostumbrado a las comodidades occidentales debe enfrentarse en soledad a un medio cultural que le es completamente extraño. No solo no disfruta, pese a la hospitalidad de sus anfitriones dowayos, sino que su inocencia se esfuma a la vez que los africanos se burlan de él mediante diversas artimañas ya que desconfían de su manifiesto desconocimiento de su cultura. A pesar de sus propios intentos y de ser adoptado por la tribu, el autor nunca se llega a sentir parte de la comunidad ya que se espera de él una compensación, en la mayoría de los casos económica, por ser admitido entre ellos.
Pese a ese choque cultural repleto de desventuras, Barley intenta desligarse de su mirada etnocentrista y afirma que la comunidad Dowayo es como otra cualquiera. Tras el abandono de la comunidad y la vuelta al la realidad europea, Barley se reencuentra con la sociedad europea y ahora es a ésta a la que mira con otros ojos: “Una extraña sensación de distanciamiento se apodera de uno, no porque las cosas hayan cambiado sino porque uno ya no las ve 'naturales' o 'normales'. 'Ser inglés' le parece a uno igual de ficticio que 'ser dowayo'”.
De la experiencia de Barley podemos extraer algunas guías para el narrador de viajes. En primer lugar, que no existe la posibilidad de realizar un trabajo de campo o un viaje y el relato posterior de estos de manera totalmente neutral. No podemos desprendernos de nuestro imaginario y nuestra relación con el mundo como parte de una sociedad concreta. Tratar, conscientemente al menos, de lograr una cierta distancia con nuestra cosmovisión es una de las principales herramientas con las que la lectura de este libro nos provee: relatar evitando comparaciones, estereotipos y la supuesta supremacía cultural de uno mismo.
Además, a pesar de plantear un viaje de corte académico y profesional, existirá en su transcurso una transformación personal, moral y sentimental. En consecuencia, l viajero ha de convertirse en un receptáculo de reflexividad. Por último, una vez posados en el recuerdo del viaje, surge un halo de magia que hay que saber aprovechar sin complacencia ni mitificaciones del lugar. De lo contrario podemos dar lugar a equívocos y frustrar a un lector al ver que para el autor el ritual era más impresionante, el calor más abrasante o el contraste más intenso.
“Me reí débilmente… Seis meses más tarde regresaba al país Dowayo”.