Autor: Graham Greene.
1era edición, Abril de 2004.
Impreso en Barcelona, España.
340 pág.
“Anduve vagando por la aldea, oyendo la risa y la música entre los pequeños fuegos relumbrantes y pensando que, después de todo, merecía la pena aquel viaje…”
1era edición, Abril de 2004.
Impreso en Barcelona, España.
340 pág.
“Anduve vagando por la aldea, oyendo la risa y la música entre los pequeños fuegos relumbrantes y pensando que, después de todo, merecía la pena aquel viaje…”
El viaje a lo desconocido, el mapa diseccionado en piezas sin senderos ni rutas, en un país donde la única manera de viajar es conociendo el nombre de la siguiente aldea; así es Liberia, una república cubierta casi totalmente de bosque y sin cartografía adecuada, un enigmático sitio que lleva al autor a realizar un viaje en soledad, en la búsqueda incesante de uno mismo, con la única premisa de sensación desconocida de cruzar y adentrarte en un lugar sin saber a dónde ir, ni cómo llegar.
Titulado precisa, efectiva y adecuadamente Viaje sin mapa, esta obra de Graham Greene relata como bien indica su nombre, las peripecias de un viajero inglés al adentrarse en territorio africano sin mapa en mano. Narrado cronológicamente en primera persona, el autor utiliza lenguaje figurativo que estimula la imaginación del lector, creando un ambiente que transportase a contemplar con ojos propios las cabañas con techos de paja y paredes de barro, a degustar el singular sabor del agua caliente recién hervida y hasta sentir el casi indescriptible olor de la gente, de los porteadores.
Greene se convierte así en un convincente escritor que emplea el simbolismo para acercarnos a pueblos culturalmente diferentes, donde prevalecen los demonios con máscaras alargadas y faldas de rafia que irrumpen bailando al son de la música con desenfreno controlado y gracia inconsciente. El encuentro cultural lo hace aún más patente al observar y reflexionar sobre uno de los exponentes recurrentes durante el viaje, una definitiva señal del bosque, un litúrgico indicante plasmado en el mismo ser, más allá de cualquier somera superficie: el tatuaje, “como un complejo y bello tallado que va más allá de un europeo dibujo punteado sobre la piel, sino las marcas de tatuaje nativo son dibujos abultados cortados en la carne con un cuchillo” (Pág. 118).
Esta obra proporciona una visión general que combina tintes políticos, religiosos y hasta territoriales; aun así no opaca la desnudez del ambiente natural, el mismo que como anzuelo atrae con sus árboles de palma y encrucijados caminos pero que paralelamente con la espesura del bosque, los kilométricos recorridos y las inclemencias temporales, pueden convertir al viaje en un tedioso andar.
Con este mimbre prevalecen las letras de un infinito recorrido cargado de profunda convivencia con diversos personajes que comparablemente lo reflejan a sí mismo; conviene resaltar el desarrollo por parte del autor de cierto afecto por sus nobles, remunerados y esporádicos acompañantes, esos cuya oscura tez y definidos rasgos marcarían en un principio solo el camino pero que al final habrían de sufrir de las mismas tensiones nerviosas e irritarles las mismas demoras.
Este intrigante viajero aprende a cuestas que en África Occidental, viajar ligero es una limitante estricta, donde los minutos, los segundos y los días dejan de ser constantes en el andar y donde aprender a ciegas dejándose llevar, es lo mejor que le podría pasar; pero sobre todo asimiló que por muy cansado, irritado y fastidiado que estuviese, consiguiera un poco de entusiasmo con las cosas y la gente que lo rodeaba.
Resultado del aprendizaje, el esfuerzo y hasta con una asombrosa cautela, Greene comparte sutilmente amonestadoras lecciones que enganchan al lector, que surgen de la simplicidad absoluta al borde de la subsistencia y que siendo viajeros o no, permea en lo más profundo del ser humano: el amor a la vida, permitiendo descubrir así un apasionado interés por vivir, por observar “aquella desnudez, sencillez, amabilidad instintiva, sentimiento más que pensamiento, y empezar de nuevo” (pág. 259). Con fulgor y destello guarda por supuesto el suspenso al final, de la inocencia y la virginidad del África Occidental.
Pero ¿es esta una muestra del prototipo viajero? No del todo, el autor permite conocer de cerca las incomodidades que se pueden prestar en una travesía por lo desconocido y expresa profundamente cargas de tensión, fastidio, cansancio y hasta condena, denotando así momentos de angustia agotadores. El reflejo de esta experiencia viajera ambivalentemente nos enseña a abandonar desde el punto de partida las inquietudes del viajero inexperto y a dejarse arrastrar por el sitio a conocer. Nos da un acercamiento al descubrimiento por temor y a la convivencia con asombro, dejando de lado los prejuicios, las categorías y aceptando someramente las normas de etiqueta, sin quitar la dosis de encanto y emoción por conocer una raza desnuda y feliz.
Las letras de esta obra se conjugan en una narración sumamente descriptiva que juega con la retórica, empleando así una de las herramientas más eficaces para cualquier periodista de viaje que busca transmitir sensaciones, dejar huella.
Titulado precisa, efectiva y adecuadamente Viaje sin mapa, esta obra de Graham Greene relata como bien indica su nombre, las peripecias de un viajero inglés al adentrarse en territorio africano sin mapa en mano. Narrado cronológicamente en primera persona, el autor utiliza lenguaje figurativo que estimula la imaginación del lector, creando un ambiente que transportase a contemplar con ojos propios las cabañas con techos de paja y paredes de barro, a degustar el singular sabor del agua caliente recién hervida y hasta sentir el casi indescriptible olor de la gente, de los porteadores.
Greene se convierte así en un convincente escritor que emplea el simbolismo para acercarnos a pueblos culturalmente diferentes, donde prevalecen los demonios con máscaras alargadas y faldas de rafia que irrumpen bailando al son de la música con desenfreno controlado y gracia inconsciente. El encuentro cultural lo hace aún más patente al observar y reflexionar sobre uno de los exponentes recurrentes durante el viaje, una definitiva señal del bosque, un litúrgico indicante plasmado en el mismo ser, más allá de cualquier somera superficie: el tatuaje, “como un complejo y bello tallado que va más allá de un europeo dibujo punteado sobre la piel, sino las marcas de tatuaje nativo son dibujos abultados cortados en la carne con un cuchillo” (Pág. 118).
Esta obra proporciona una visión general que combina tintes políticos, religiosos y hasta territoriales; aun así no opaca la desnudez del ambiente natural, el mismo que como anzuelo atrae con sus árboles de palma y encrucijados caminos pero que paralelamente con la espesura del bosque, los kilométricos recorridos y las inclemencias temporales, pueden convertir al viaje en un tedioso andar.
Con este mimbre prevalecen las letras de un infinito recorrido cargado de profunda convivencia con diversos personajes que comparablemente lo reflejan a sí mismo; conviene resaltar el desarrollo por parte del autor de cierto afecto por sus nobles, remunerados y esporádicos acompañantes, esos cuya oscura tez y definidos rasgos marcarían en un principio solo el camino pero que al final habrían de sufrir de las mismas tensiones nerviosas e irritarles las mismas demoras.
Este intrigante viajero aprende a cuestas que en África Occidental, viajar ligero es una limitante estricta, donde los minutos, los segundos y los días dejan de ser constantes en el andar y donde aprender a ciegas dejándose llevar, es lo mejor que le podría pasar; pero sobre todo asimiló que por muy cansado, irritado y fastidiado que estuviese, consiguiera un poco de entusiasmo con las cosas y la gente que lo rodeaba.
Resultado del aprendizaje, el esfuerzo y hasta con una asombrosa cautela, Greene comparte sutilmente amonestadoras lecciones que enganchan al lector, que surgen de la simplicidad absoluta al borde de la subsistencia y que siendo viajeros o no, permea en lo más profundo del ser humano: el amor a la vida, permitiendo descubrir así un apasionado interés por vivir, por observar “aquella desnudez, sencillez, amabilidad instintiva, sentimiento más que pensamiento, y empezar de nuevo” (pág. 259). Con fulgor y destello guarda por supuesto el suspenso al final, de la inocencia y la virginidad del África Occidental.
Pero ¿es esta una muestra del prototipo viajero? No del todo, el autor permite conocer de cerca las incomodidades que se pueden prestar en una travesía por lo desconocido y expresa profundamente cargas de tensión, fastidio, cansancio y hasta condena, denotando así momentos de angustia agotadores. El reflejo de esta experiencia viajera ambivalentemente nos enseña a abandonar desde el punto de partida las inquietudes del viajero inexperto y a dejarse arrastrar por el sitio a conocer. Nos da un acercamiento al descubrimiento por temor y a la convivencia con asombro, dejando de lado los prejuicios, las categorías y aceptando someramente las normas de etiqueta, sin quitar la dosis de encanto y emoción por conocer una raza desnuda y feliz.
Las letras de esta obra se conjugan en una narración sumamente descriptiva que juega con la retórica, empleando así una de las herramientas más eficaces para cualquier periodista de viaje que busca transmitir sensaciones, dejar huella.