Mirar a través de una vitrina muchas veces refleja más que lo simple expuesto. Implica una mirada sagaz a través del transparente cristal. Compromete ingenuos objetos que revelan un fascinante mundo interior. Comprende inciertas horas de preparación comprometida sin revelar pretensiones. Expone colores, figuras, intenciones. Pero esa misma vitrina cuando presenta intuitivos letreros despierta la atención de cualquier desatendido caminador.
El anuncio me atrapó en la primera mirada que en francesas palabras dictaba: “Notre éthique est promouvoir les petits producteurs locaux et artisans dont le savoir-faire est une richesse. Leí con atención por segunda ocasión para cabalmente entenderlo: “nuestra ética es promover los pequeños productores y artistas locales cuyos conocimientos son riqueza”. Vaya! Increíblemente sentí casi un pellizcon de esos que te hacen entrar en razón.
El pequeño local era un taller de cristal artesanal. En su interior se encontraba una pareja de ancianos. Ella, sonrientemente saludaba “bonjour madame” y te invitaba a ingresar; mientras él, diligentemente grababa la superficie de un pedazo de vidrio. Su atención estaba inmersa en la producción más que en sus curiosos visitantes. Sus arrugadas manos reflejaban una técnica con suma precisión que transmitía un vasto conocimiento del más tangible patrimonio inmaterial que pueda tener la humanidad: las artesanías.
Seguí observando alrededor del taller. La llovizna en las calles de Lyon era la excusa ideal para no seguir el camino. El acogedor ambiente te atrapaba y el acabado de las piezas era magnifico. Un pequeño salón de cuatro paredes había sido convertido en una verdadera galería museográfica con los anfitriones en puerta. Pero quizás lo que más me sorprendió fueron los singulares letreros al derredor, que con pocas letras te situaban: “nous sommes fabricants… et créateurs. (Somos fabricantes… y creadores.
Pero, ¿Qué ha pasado con los artesanos? Cada vez es más frecuente toparse con artesanía barata y seriada. Se trata de una producción a grandes cantidades con mínimos estándares de calidad que presuponen un bajo costo de producción con mayores beneficios económicos, pero que deja de lado la preservación de una artística tradición fundada en la creatividad y en la transmisión de conocimientos generacional.
Lamentablemente este mundo globalizado es tan apresurado que simulase corre a zancos. Hemos pasado de la calidad a la cantidad con una aberrante cultura de consumo mundial. De pausados sistemas de instrucción a acelerados y cambiantes aprendizajes. De estandarizados patrones culturales a intencionales mixturas de conductas. De pequeños límites de conocimiento territorial a exhaustivas plataformas tecnológicas que te permiten recorrer la tierra entera. No todo es malo, ese mismo veloz e inquietante conocimiento, es el que permite a los viajeros sopesar entre lo trivial y lo substancial en ese afán por recorrer el globo, rebuscando entre lo común de cada destino. Hallar los rincones de un mágico lugar que no esté plagado aún de turistas sin intención. Conociendo a la gente local. Entendiendo sus maneras de pensar pero sobre todo encontrando a esos maestros artesanos que trabajan con tanto esmero, que reflejan cúmulos de conocimiento comunal pero sobre todo que alientan con ese deseo vehemente al fabricar inigualables productos.