El turismo nos engulle, modifica costumbres y ciudades a su antojo y servicio. Se dice de Barcelona que, con la llegada de los Juegos Olímpicos de 1992, dejó de ser la que era, lavaron su cara, mejoraron sus servicios y la regalaron al turismo, algo así como un “self-service” en el que las calles y carácter de la ciudad se convirtieron, a la vez, en una constante de dedicación plena al deseo del visitante y una desvirtuación de la realidad de los ciudadanos. Y para muestra un botón, ¿Es la Rambla de Barcelona la sombra de lo que fue?
Esta recta avenida que nos lleva casi a orillas del mar es el paseo más conocido, a nivel mundial,,, de toda la ciudad condal y, por ello, el favorito de todo el que llega intentando descubrir Barcelona. Desde bien temprano en la mañana, hordas de turistas la caminan admirándose con la visión de los puestos de flores alternados con terrazas de bares casi sin alma, el Mercado de La Boquería y, al final de ésta, las estatuas humanas que aparecen casi por sorpresa para despedir el paseo y dejar paso a la visión del Mirador de Colón y el puerto.
El estupor aborda cuando, por otro lado, son los autóctonos los que evitan el lugar. Uno de los puntos más representativos de Barcelona y su vida diaria ahora está vacía de gente local. Esta Rambla no es su Rambla, sino que se ha convertido es poco más que un sucedáneo de lo que fue.
Era para muchos, la avenida perfecta para ir a pasear, un espacio para conversar, observar y dejarse ver. Los vecinos del barrio aprovechaban incluso para jugar al ajedrez en el suelo, pues consideraban La Rambla como algo suyo. Podría decirse que, aunque la función básica de este emplazamiento no ha cambiado realmente, ya que ir allí es encontrar paseantes durante todo el día, ya nada queda de esa decimonónica vía comercial por la que deambular sintiéndote redimido del implacable ritmo de la ciudad.
El estupor aborda cuando, por otro lado, son los autóctonos los que evitan el lugar. Uno de los puntos más representativos de Barcelona y su vida diaria ahora está vacía de gente local. Esta Rambla no es su Rambla, sino que se ha convertido es poco más que un sucedáneo de lo que fue.
Era para muchos, la avenida perfecta para ir a pasear, un espacio para conversar, observar y dejarse ver. Los vecinos del barrio aprovechaban incluso para jugar al ajedrez en el suelo, pues consideraban La Rambla como algo suyo. Podría decirse que, aunque la función básica de este emplazamiento no ha cambiado realmente, ya que ir allí es encontrar paseantes durante todo el día, ya nada queda de esa decimonónica vía comercial por la que deambular sintiéndote redimido del implacable ritmo de la ciudad.