Mayo, 1973. Dos alpinistas coronaban el punto más alto del gigante situado en el Himalaya, el Everest. Eran historia, leyenda, los primeros, los únicos en llegar a la cima del mundo. Nada a su alrededor. Solo nieve, toneladas y toneladas de nieve. Y frente a ellos la inmensidad, la grandeza, el silencio. Un silencio que no duraría mucho.
"Si ellos pueden, nosotros también". Y así hasta la actualidad, hasta esta imagen:
Una imagen que habla por sí sola, que muestra la masificación de lo que parecía un paraje idílico, una meta inalcanzable, una hazaña que pocos conseguían cumplir. Pero éste no es el único ejemplo.
Diciembre, 2005. Todos nos imaginamos las imponentes pirámides de Giza, en un paraje ideal, en un enclave con siglos y siglos de historia. Solo tú, y las pirámides, teletransportándote a otra época, a otra cultura. De repente, una voz te despierta de esta ilusión: "Por aquí por favor, el grupo número 7 del tour ‘El Faraón Mágico’, la visita se ha terminado".
Diciembre, 2005. Todos nos imaginamos las imponentes pirámides de Giza, en un paraje ideal, en un enclave con siglos y siglos de historia. Solo tú, y las pirámides, teletransportándote a otra época, a otra cultura. De repente, una voz te despierta de esta ilusión: "Por aquí por favor, el grupo número 7 del tour ‘El Faraón Mágico’, la visita se ha terminado".
Enero, 2015. La cultura azteca al amparo de cientos de visitantes diarios que llegan, fotografían, admiran, vuelven a fotografiar, y se marchan. El Machu Picchu al borde del colapso. La magia se está rompiendo. Todo se convierte en negocio. La plata es la plata, pero no todo tiene un precio. O por lo menos para mí.
Llegados a este punto, creo que es necesario que la forma de viajar, en el marco de la globalización, adquiera nuevas perspectivas. Somos muchos, totalmente de acuerdo, pero no todo está inventado. Hay vida después del Manneken Pis de Bruselas, la Torre Eiffel de París o el Big Ben de Londres.
Es vital que busquemos motivaciones diferentes a la hora de emprender un viaje, que nos maravillemos con un simple paseo por una calle empedrada. Que no viajemos para visitar un número descomunal de monumentos y museos. Que notemos esa sensación de aprendizaje a cada paso que damos, dejando atrás la rutina para dar comienzo a nuevas experiencias. Disfrutemos de los lugares en los que la gente ni se fija, obtengamos del viaje nuevas conocimientos o visiones y hagamos propio cada rincón que descubramos.
Quizá estén de acuerdo conmigo Sir Edmund Hillary y Tenzing Norgay Shera, aquellos que en 1973 contemplaban la majestuosidad del pico más alto del mundo ajenos a lo que sería de ese mismo espacio unos años después.
Llegados a este punto, creo que es necesario que la forma de viajar, en el marco de la globalización, adquiera nuevas perspectivas. Somos muchos, totalmente de acuerdo, pero no todo está inventado. Hay vida después del Manneken Pis de Bruselas, la Torre Eiffel de París o el Big Ben de Londres.
Es vital que busquemos motivaciones diferentes a la hora de emprender un viaje, que nos maravillemos con un simple paseo por una calle empedrada. Que no viajemos para visitar un número descomunal de monumentos y museos. Que notemos esa sensación de aprendizaje a cada paso que damos, dejando atrás la rutina para dar comienzo a nuevas experiencias. Disfrutemos de los lugares en los que la gente ni se fija, obtengamos del viaje nuevas conocimientos o visiones y hagamos propio cada rincón que descubramos.
Quizá estén de acuerdo conmigo Sir Edmund Hillary y Tenzing Norgay Shera, aquellos que en 1973 contemplaban la majestuosidad del pico más alto del mundo ajenos a lo que sería de ese mismo espacio unos años después.