Desempolvaba el fémur con extrema dedicación, sus arrugadas manos sostenían la rojiza brocha y la deslizaban tenuemente una y otra vez. Cada recoveco aunque astilloso por el tiempo era cepillado como si se tratase del más puro baño en toda la eternidad. Había regresado. Ahí estaba nuevamente. Yacía bajo los rayos del sol y entre el incesante calor. Descansaba arropado de un blanco paño cuyas bordadas letras de colores recordaban su nombre, Venancio. |